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Expresionismo Alemán

El expresionismo, más que una escuela, es una actitud estética cuyo rastro nos conduce hasta las formas más primitivas del arte aborigen. El expresionismo se hizo consigna y escuela en Alemania como reto y respuesta al impresionismo pictórico y al naturalismo literario. Frente a la fidelidad al mundo real, se alzó la interpretación afectiva y subjetiva de esta realidad, distorsionando sus contornos y sus colores.

 

Los historiadores adoran buscar los antecedentes a toda ruptura estética. Suelen nombrarse como precursores del expresionismo cinematográfico algunas películas alemanas, especialmente El estudiante de Praga (1913) de Paul Wegener y del danés Stellan Rye y El Golem (1914) de Paul Wegener y Henrik Galeen. Nos encontramos entonces en el terreno de la fantasía sin fronteras, en contradicción con el realismo naturalista que, después de Méliès, parece querer imponerse en el cine mundial.

 

El argumento de El gabinete del doctor Caligari fue imaginado por el poeta checo Hans Janowitz y por el austríaco Carl Mayer. A Robert Wiene, quien tomó el guión, se le fueron discutidos sus méritos en esta película atribuyéndose sus revolucionarias interpretaciones a sus decoradores y figurinistas, activos miembros del grupo Sturm de Berlín, impulsor de la estética expresionista. Caligari fue, junto con Charlot, el primer mito universal creado por el cine. La aportación de la película abría una nueva dimensión imaginativa, insólita y subjetivista a la producción cinematográfica.

 

La estética impresionista hizo aparecer a asesinos, monstruos, locos, visionarios, tiranos y espectros en la gran pantalla alemana pantalla alemana; se han interpretado como un involuntario reflejo moral del angustioso desequilibrio social y político que agitó la República de Weimar y acabó arrojando al país a los brazos del nacismo.

 

El expresionismo evolucionó, sustituyendo las telas pintadas de El gabinete del doctor Caligari por decorados corpóreos e introduciendo un empleo más complejo y audaz de la iluminación como medio expresivo, hasta conseguir una película en que toda la intriga se expone casi únicamente por medio de sombras, sin rótulos literarios: Sombras (1923) de Arthur Robinson. Sin embargo, al mismo tiempo que el expresionismo maduraba, fecundaba en su seno la semilla de una nueva corriente, que ha pasado a la historia con el nombre de Kammerspielfilm.

 

La estética del Kammerspielfilm estaba basada en un relativo respeto a las unidades de tiempo, lugar y acción, en una gran linealidad y simplicidad argumental, que hacía innecesaria la inserción de rótulos explicativos, y en la sobriedad interpretativa, por oposición al expresionismo. Todo ello permitió crear unas atmósferas cerradas y opresivas, en las que se movían los protagonistas como monigotes guiados por el fatum de la tragedia clásica. Por la senda de los ‘dramas cotidianos’ avanzó una parte del mejor cine alemán: Hintertreppe (1921), de Leopold Jessner y Paul Leni, Die Strasse (1923) de Karl Grüne y El último (1924) de F. W. Murnau, tres obras que carecen prácticamente de rótulos literarios.

 

F. W. Murnau reveló su potencia expresiva en 1922 con Nosferatu, el vampiro, adaptación libre de la novela fantástica Drácula (1897). Enfrentándose a la tendencia expresionista de rodar todas las escenas en estudios y en decorados plásticamente dislocados, F. W. Marnau recurrió principalmente a escenarios naturales cuidadosamente elegidos. El gran éxito de esta sintonía del horror fue ampliamente rebasado por El último. Con El último la cámara había aprendido de una vez a andar sin limitaciones. Considerado como el más prestigioso creador de cine alemán, Murnau atacó a continuación dos adaptaciones literarias: Tartufo o el hipócrita (1925) y un ambicioso Fausto (1926).

 

Junto a él, el vienés Fritz Lang compartió el título de maestro de la escuela expresionista. Su debut como realizador en 1919 no tardó en proporcionarle un gran éxito popular con el serial de aventuras exóticas Die Spinnen (1919).

 

El expresionismo de Lang, arquitectónico y monumental, épico y solemne, en oposición al refinamiento y lirismo de Murnau, alcanza el súmmum en la estremecedora visión futurista de Metrópolis (1926). Lang consigue imponer imágenes que el espectador no olvidará jamás: su opresivo mundo subterráneo, el relevo de turno de los obreros, la inundación y el pánico en la ciudad… Representa, en suma, el apogeo del expresionismo de dimensión arquitectónica, como Caligari lo fue en su vertiente pictórica.

 

Más adelante veremos los frutos que recogerán de esta siembra expresionista artistas de la talla de Eisenstein, Carl Dreyen, Josef von Sternberg, Orson Welles, Ingmar Bergman o Andrzej Wajda.

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