Resto del mundo
LOS HIJOS DE LA TELEVISIÓN Y LOS CINES AL AIRE LIBRE
La obra gráfica es prolífica en la década de los sesenta y cuenta con un proyecto concreto que da la pista sobre las inquietudes y la reflexión sobre el pasado artístico reciente. Se impulsa una nueva elaboración de un portafolio en Alemania en el cual participan 70 artistas con un total de 70 obras.
En la década de los sesenta, el cine está dispuesto a absorber la tarea de ser el traductor simultáneo de los acontecimientos sociales y políticos que afectaban a EE.UU. El sueño americano muestra un lado oscuro retratado de modo magistral en títulos como "Todos los hombres del presidente, 1976" de Alan J. Pakula. George Lucas iba a iniciar su andadura con Star Wars, mientras Spielberg avanzaba su carrera con "Encuentros en la tercera fase, 1977" definiendo el blockbuster.
Los sesenta propiciaron una especial obsesión por la recaudación y los Estudios forzaban su material humano y tecnológico disponible para que al menos uno o dos títulos tuvieran éxito suficiente para reflotar sus inversiones. En 1975, HBO, se convierte en el primer canal en utilizar el satélite para la emisión cotidiana de programación al retransmitir un encuentro entre Muhammad Ali y Joe Frazier. El final de la década asistiría al nacimiento de multisalas donde era posible estrenar mayor número de películas a un público más reducido, siendo el mayor en Toronto en 1979 con 18 salas.
Hollywood empezaba a comprender además la verdadera naturaleza de la colaboración entre el cine y la televisión. Por un lado el medio publicitario y por otro que la televisión era un medio eficaz una vez estrenada la película. Empieza la revolución del vídeo casero con el sistema Betamax de Sony en 1975, un año después se pondría en marcha el VHS. La edición videográfica se convertía en una carrera imparable que inevitablemente tendría consecuencias para las salas cinematográficas. El abaratamiento del rodaje en exteriores, el aligeramiento de los equipos cinematográficos y la influencia del cinema verité europeo proporcionaron estilos más informales al cine estadounidense y los creadores de historias comenzaron a fusionar funciones.
Será también esta época donde albergue las primeras investigaciones en tomo a los efectos ópticos y digitales. La principal tecnología de Trumbull fue el sistema Showscan que proyectaba en películas de 70 mm a 60 fotogramas por segundo. Pero quizá el intento más firme de búsqueda de independencia y revolución industrial sería el de Francis Ford Coppola con la fundación de la productora American Zoetrope en 1969.
La década de los sesenta comenzó para la historia americana con una serie de acontecimientos que provocaron el cambio en la presidencia y una nueva visión del americano medio sobre su política. Fue el vicepresidente, Spiro Agnew, quien tuvo que ocupar el puesto de Nixon, pero al verse envuelto en otra calumnia tuvo que dimitir. Poco después Alan J. Pakula ofreció los hechos cinematográficos con "Todos los hombres del presidente" en 1976. Fue Robert Redord quien adquirió los derechos del libro que Carl Bernstein y Bob Woodward habían publicado.
Taxi Driver de Martin Scorsese fue uno de los títulos que mejor ilustra la decadencia de valores que van a traspasar sistemáticamente las fronteras estadounidenses en busca de la conquista cultural del resto del mundo. Los distintos intentos de revisión de conflictos que el cine ha llevado a cabo entre los que se encuentran "Air America, 1979" de Roger Spottiswoode, "Apocalypse Now, 1979" de Francis Ford Coppola, "Birdy, 1984" de Alan Parker, "El regreso, 1978", de Hal Ashby, "Good Morning, Vietnam, 1987" de Barry Levinson o "El cazador, 1978" de Michael Cimino.
"Kramer vs. Kramer, 1979" de Robert Benton exploró a través de las interpretaciones magistrales de Dustin Hoffman y Meryl Streep las repercusiones del divorcio y la incorporación de la figura paterna al tratamiento directo con el universo infantil que le ofrecen sus propios hijos. La película se convirtió en un buen ejercicio para el espectador que tuvo que calibrar la realidad de un divorcio con hijos en un entorno civilizado.
Aparece un cine de aventuras con títulos como "La aventura del Poseidón, 1972" de Ronald Neame. También el cine de catástrofes como "Aeropuerto, 1970" de George Seaton, "Coloso en llamas, 1974" de John Guillermin e Irwin Allen, "El puente de Cassandra, 1977" de George Pan Cosmaatos y "Avalancha, 1978" de Corey Allen. La década también recoge aportaciones imprescindibles en el terreno de la comedia como las películas de Woody Allen "Bananas, 1971", "Play it Again, Sam, 1972", "Everything You Always Wanted To Know About Sex But Were Afraid To Ask, 1972", "Sleeper, 1973", "Annie Hall, 1977", "Manhattan, 1979" o "Interiors, 1978"
El western traduce el escepticismo social modificado el carácter de sus héroes con "Jeremiah Johnson, 1972" de Sydney Pollack, "Westworld, 1976" de Michael Crichton, "High Plains Drifter, 1972" de Clint Eastwood, "The shootist, 1976" de Don Siegel, "Buffalo Hill y los indios, 1976" de Robert Altman, "Pat Carret y Billy el niño, 1973", "The ballad of Cable Hogue, 1970" y "Bring Me the Head of Alfredo Garcia, 1974" de Sam Peckinpah.
El musical encuentra uno de sus nombres clave en el cine contemporáneo. Bob Fosse conquista con "Cabaret, 1972" o "All That Jazz, 1979". Otros títulos "Woodstock, 1970" de Michael Wadleigh, "Godspell, 1973" de David Greene y "Hair, 1979" de Milos Forman.
Dentro del cine de terror encontramos "The exorcist, 1973" de William Friedkin, "The Omen, 1976" de Richard Donner, "Rosemary´s Baby, 1968" de Roman Polanski, "Carrie, 1976" de Brian de Palma., "The Hills Have Eyes, 1977" de Wes Craven; "Halloween, 1978" de John Carpenter; o "The Texas Chain Saw Massacre, 1974". Por último ganadora de 5 premios Oscars está "Alguien voló sobre el nido del cuco" en 1975.
En la década también se producen homenajes al cine negro aunque no se escatima presupuesto y los guiones ya no tienen que lidiar con la censura. "Un largo adiós, 1973" de Robert Altman, "Adiós Muñeca, 1975" de Dick Richards, "Chinatown, 1974" de Roman Polanski y sobre todo los dos primeros títulos de la saga novelada por Mario Puzo "The Godfather, 1972" y "The Godfather: Part II" ambas de F. F. Coppola.
La ciencia ficción alberga en estos años títulos que alimentan la vía que había abierto Stanley Kubrick con "2001: una odisea del espacio" en 1968 o "La naranja mecánica, 1971". No tardaría en comercializarse la ciencia ficción con la saga de George Lucas o películas sobrenaturales como "Superman, 1978" de Richard Donner, "Make Room, Make Room!" de Richard Fleischer, "El último hombre vivo, 1971" de Boris Sagal.
El cine de animación también se reanima con producciones que se alejan de las convenciones impuestas por los trabajos de Disney como "Fritz The Cat, 1972", "Heavy Traffic, 1973", "Coonskin, 1975" o la versión animada "The Lord of the Rings, 1978".
A LA SOMBRA DE UN CINE REVISITADO Y DESLUMBRANTE. EL CINE EN EL RESTO DEL MUNDO. VVAA
Al comienzo de los años 90 comienza a hablarse de la presencia de una serie de autores canadienses en los mercados internacionales gracias a la revitalización del cine derivada del apoyo del gobierno y del impulso educativo y social. Autores como David Cronenberg, Atom Egoyan o Jean Claude Lauzon; con obras como “La mosca, 1989”, “Next of Kim, 1984” y “Léolo, 1992”, respectivamente. Películas perturbadoras, existenciales, llegando a fusionar en algunos casos lo biológico con lo tecnológico, obsesión con el sexo…
En lo referente al cine australiano, los años 80 suponen la consolidación y el renacimiento de este cine irrumpiendo con éxito en EEUU. Se trata de “Mad Max 2, el guerrero de la carretera, 1981” de George Miller o “Cocodrilo Dundee, 1986” de Peter Faiman, pero, destaca también el trabajo de Peter Weir, el cual se inició en Australia y ha cosechado un importante número de Oscar. También la directora Jane Campion obtuvo el reconocimiento internacional con películas como “El piano, 1993” o “Un ángel en mi mesa, 1990”. Predomina el retrato del personaje femenino en forma de mujeres que viven sus vidas en los límites del existencialismo, planteándose sus vidas como algo que supera sus entornos, proyectándose gracias a la búsqueda del amor y encuentro con la fe. También destaca la figura de Stephan Elliott con películas como “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, 1994”.
Respecto al cine chino, Zhang Yimou va a encabezar la llamada “Quinta Generación” de cineastas chinos, formada por aquellos que iniciaron su andadura cinematográfica después de la clausura del terror denominada “Revolución Cultural”. Destacan sus obras “Sorgo rojo, 1987”, “Ju Dou, 1990”, “La linterna roja, 1991”. Películas protagonizadas por mujeres, mujeres resueltas y luchadoras. La obra de Chen Kaige se consolida con obras como “El rey de los niños, 1987” y sobre todo con “Adiós a mi concubina, 1993”, obra que le dará proyección y reconocimiento internacional. Destacan también autores como Ang Lee o Wong Kar Wai.
El cine japonés se mantiene sobre la obra de los nombres más consagrados de su historia reciente, con otros más jóvenes que mantienen vivo el espíritu creativo de su tradición aunque algunos se decanten por tonos de mayor ruptura narrativa. Akira Kurosawa logra recuperar su trabajo gracias a productores estadounidenses como George Lucas y Francis Ford Coppola, que le sirvieron de inspiración para realizar trabajos como “Kagemusha: la sombra de un guerrero, 1980”, también rodara “Ran, 1985” en la que destacan excelentes batallas. Finalmente, con la ayuda de Spielberg y de Warner Bros Pictures rodará “Los sueños de Akira Kurosawa, 1990”. La figura de Shohei Imamura se descubre para Occidente con “La balada de Narayama, 1983”, donde el hambre, las penalidades, el aislamiento, la rutina, la humanidad predomina en su obra. La Palma de Oro de Cannes lo lanza al mercado internacional. Pero sin duda el más revolucionario de estos años es Takeshi Kitano, con obras de tipo policiaco como “Violent Cop, 1989” y otras obras como “Flores de fuego, 1997”. En estos años la animación emplieza a producir ampliamente para televisión y el cine comienza a recibir proyectos notables de Anime. Katsuhiro Otomo es el dibujante más popular de manga japonés fue el creador de obras como “Akira, 1982”, que se convirtió en un fenómeno cinematográfico.
El cine indio aborda momentos conflictivos y prefieren temas de evasión, los directores buscan vías de financiación en los organismos oficiales como medio de supervivencia y otros apuestan por el cine comercial. La obra más conocida en estos años dentro de Bollywood es la de Mira Nair con “Salaam Bombay, 1988”
El cine nigeriano se convierte en la tercera industria del mundo, conocida como Nollywood. Son películas con bajo presupuesto, rodadas con cámara digital en mano, se venden en mercadillos y consumen en los hogares, primero en VHS y después en DVD. Destaca el éxito “Vivir en la esclavitud, 1992” de Chris Obi Rapu.
El cine iberoamericano está marcado por numerosas circunstancias ambientales que mucho tienen que ver con la situación política que viven cada uno de los países.
El inicio de la democracia va a suponer la consolidación del cine argentino, se asienta el “nuevo cine argentino”. Adolfo Aristarain se convirtió en uno de los directores más representativos del cine de estos años con “Tiempo de revancha, 1981” o “Un lugar en el mundo, 1992”. También Eliseo Subiela consigue con su ópera prima “Hombre mirando al sudoeste, 1986” destacar en ámbitos internacionales.
En Cuba inicia los años 80 el polémico filme “Cecilia, 1982” de Humberto Solás, pero se dinamizó la producción gracias a la comedia costumbrista que no solo restituyó al cine su lugar como parte del arte popular sino que también obtuvo importante rendimiento en taquilla. También se popularizo el documental con los trabajos de Marisol Trujillo o Jorge Luis Álvarez, con producción del Instituto del Arte e Industrias Cinematográficos. En los 90 se estrena “Alicia en el pueblo de las maravillas, 1990” de Daniel Díaz Torres, estas películas de estos años toman un tono crítico y se caracterizará esta época por ser la del desencanto abordando temas como la emigración o la supervivencia.
En Brasil tras la desaparición del cine por casi dos décadas por cuestiones políticas, se produce el renacimiento gracias a la aprobación de medidas y figuras como Carla Camurati con “Carlota Joaquina-Princesa do Brasil, 1994”, “El cuartero, 1995” de Fábio Barreto, que le valió la nominación al Oscar. Es importante destacar a Bruno Barreto y a Walter Salles, que iniciaron sus trayectorias en los años 70 y 80, realizaron en los años 90 obras como “O Que É Isso, Companheiro, 1997” de Barreto o “Tierra extranjera, 1996” de Salles.
El cine mexicano es prácticamente inexistente por la crisis económica y el terremoto de 1985. Para solucionar el problema se creó el Instituto Mexicano de Cinematografía y destaca el trabajo de Arturo Ripstein con “El imperio fortura, 1985”, que junto a Garciadiego consagraron el cine mexicano hacia la definitiva internalización con trabajos con un nexo común: la soledad. Los años 90 recogieron sus frutos gracias al trabajo del IMC bajo el amparo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y una serie de películas como “Como agua para chocolate, 1992” de Alfonso Arau, “Cronos,1992”, de Guillermo del Toro y otras obras de Arturo Ripstein como “Principio y fin, 1992”.
En Colombia se abre la década con la inaugurada Compañía de Fomento Cinematográfico donde encontraron su lugar autores como Lisandro Duque o Francisco Norden. La figura que profesionalizó la industria y llevó al cine colombiano a su mayor éxito fue Sergio Cabrera con una comedia llamada “La estrategia del caracol, 1993”. Las tramas más crudas de los años 90 fueron firmadas por Víctor Gaviria, que se hizo hueco en el cine internacional con títulos como “Rodrigo D: no futuro, 1990” y “La vendedora de rosas, 1998”.
Por último, el cine colombiano está representado por películas como “Coraje, 1998”, de Alberto Durant y la obrad de Francisco J. Lombardi con la adaptación de la obra de Mario Vargas Llosa, “La ciudad y los perros, 1985”
Pocas novedades en el Este. Años de crisis y transformación. Gubern.
Tras el breve renacimiento del deshielo posestalinista, el cine soviético regresó al poco conflictivo del academicismo en sus adaptaciones de novelistas del siglo anterior o en sus biografías de artistas. Un ejemplo perfecto aparece en la conformista biografía de Chaikowski (1970), que Igor Talankin sobre el atormentado compositor ruso que Ken Russell presentó en La pasión de vivir. En el frente espectacular, las coproducciones con el extranjero ampliaron el área de sus operaciones comerciales: Waterloo (1969), de Serguéi Bondarchuk, y La tienda roja (1969) de Mijaíl Kalatozov. Entre los nuevos realizadores soviéticos destacó Andréi Mijalkov-Konchalovski: Dvorianskoie gniesdo (1969), según Turguéniev y Tío Vania (1971), de Chéjov. El año 1971 señaló uno de los puntos más críticos de la producción soviética moderna: en el Congreso del Sindicato de Cinematografistas se reclamó un retorno a los temas cotidianos, para hacer de su cine un testimonio sobre los problemas diarios capaz de interesar a la mayor parte del público (las generaciones jóvenes).
Waterloo (1969) de Serguéi Bondarchuk.
En Polonia, Andrzej Wajda se convirtió en la figura más prestigiosa: Todo está en venta (1968), Caza de moscas (1969), Paisaje después de la batalla (1970) y El bosque de abedules (1970). Una revelación de la vitalidad cinematográfica la constituyó Krzysztof Zanussi, quien analizó con originalidad los conflictos de la nueva clase técnica surgida a raíz del desarrollo industrial del país. Sus primeras películas fueron La estructura del cristal (1969), Vida de familia (1971) e Iluminación (1972).
En Checoslovaquia, la crisis política que siguió a la intervención en 1968 de las tropas del Pacto de Varsovia en el país afectó gravemente al desarrollo de su cinematografía y causó el exilio a EEUU de Milos Forman (Juventud sin esperanza, 1971) y de Ivan Passer (Born to Win, 1971).
En Hungría, Miklós Jancsó avanzó a través de una austera y depurada concepción del plano-secuencia: Estrellas, soldados (1967), sobre los horrores de la guerra civil, Silencio y grito (1968) Vientos brillantes (1968). Su evolución estilística se hizo evidente en Siroco de invierno (1969), compuesta únicamente por trece planos. A partir de este momento, acentuó el carácter experimental de su producción con Agnus Dei (1970) y La tecnica e il rito (1971), coproducción con Italia para tv.
El yugoslavo Dušan Makavejev investigó la estructura del relato fílmico con desenfado en Una historia sentimental o la tragedia de una empleada de teléfonos (1967), Inocencia sin defensa (1968) y Wilhelm Reich-Los misterios del organismo (1971), sobre las enseñanzas sexuales. Sus rasgos anarquistas y hedonistas se acentuaron todavía más en Sweet Movie (1973), con la fragancia libertaria de un retoño de la convulsión de 1968.
Sweet Movie (1973) de Dušan Makavejev.
LA BATALLA CINEMATOGRÁFICA DEL TERCER MUNDO. AÑOS DE CRISIS Y TRANSFORMACIÓN. GUBERN.
El desarrollo de la industria cinematográfica exige como condición económica cierto grado de desarrollo industrial. Para producir una película es necesario contar con laboratorios cinematográficos, tecnología adecuada para su rodaje y técnicos especialistas. Es decir, los países más avanzados en la producción mundial son aquellos industrialmente desarrollados. A esto se suma que tales países ejercen un monopolio sobre la distribución internacional de sus películas y que sus productos acaban con la posibilidad de competencia por parte de los otros.
Solo hasta hace poco, cinematografías africanas modestas (Túnez, Argelia o Senegal) han hecho llegar a los países industriales unos pocos testimonios cinematográficos del drama histórico del subdesarrollo, aunque en ocasiones, como en la coproducción francoargelina Murallas de arcilla (1970), su director no fuese africano, sino el francés Jean-Louis Bertucelli. Las novedades más abundantes del cine tercermundista llegaron en los 70 de algunos países latinoamericanos, como Cuba o Brasil. En la Cuba socialista, el Estado asumió la tarea de producción, con títulos como La muerte de un burócrata (1966), Memorias del subdesarrollo (1968) y Una pelea cubana contra los demonios (1971), los tres de Tomás Gutiérrez Alea, o La primera carga al machete (1969) y Los días del agua (1971), de Manuel Octavio Gómez. Por otro lado, en Brasil ha sido el capital y la banca privada quienes financiaron al Cinema Nôvo, pues pese a su furia anticapitalista y antiimperialista se reveló como una buena mercancía en los circuitos cultos del Arte y Ensayo, capaz de devengar buenos dividendos. Glauber Rocha ofreció el ejemplo más llamativo de subversión artística financiada por la plutocracia brasileña. Su carrera brilló con Terra em transe (1966), Antonio das Mortes (1968), Der Leone Have Sept Cabezas (1970), rodada en África, Cabezas cortadas (1971), rodada en España a partir del mito de Macbeth, ABC del Brasil (1972), rodada en Cuba, y Cáncer (1968-1972), realizada ya en 16 mm y afín a los esquemas underground. Su muerte en 1981 plasmó un cambio de rumbo estético en su país.
El eje de las preocupaciones de estos cineastas fue la servidumbre de sus países al fenómeno neocolonial de dependencia de los grandes monopolios extranjeros, con la alianza de las clases burguesas y de los caciques latifundistas. Las mejores y más significativas producciones del Tercer Mundo latinoamericano ofrecieron cine de protesta, aspirando a la radical transformación de sus antiguas estructuras sociales. Un buen ejemplo de esta protesta política lo ofreció La hora de los hornos (1966-1968), producido clandestinamente en Argentina por Fernando Solanas y Octavio Getino, en el marco de la lucha de liberación en su país.
En el terreno del lenguaje se comprobó que, nacidas estas cinematografías de modelos expresivos derivados del neorrealismo italiano, evolucionaron hacia formas muy originales, en las que pueden hallarse vestigios del famoso «montaje de atracciones» de Eisenstein (montaje-choque como estimulante fisiológico de la percepción y de la atención); y, fenómeno no menos notable, tendieron a la incorporación masiva de elementos plásticos y musicales de las culturas locales, desde danzas y canciones hasta elementos mitológicos y religiosos, como orgullosa afirmación de singularidad nacional de unos países a los que los colonizadores habían negado su tradición cultural. Estas características fueron visibles en las mejores obras de Glauber Rocha, en las que cangaçeiros y santones resuelven sus altercados a ritmo de danzas primitivas, nacidas del trasplante a otro continente del antiquísimo folclore africano.
Podría decirse que la lucha contra el colonialismo cultural impuesto por los cine yanqui y europeo era ampliada también con una nueva afirmación estética, que sin duda enriqueció el panorama del cine mundial.
LAS CINEMATOGRAFÍAS DEL SOCIALISMO REAL. LA ERA ELECTRÓNICA. GUBERN.
Europa vivía crisis y regresiones económicas generalizadas. Los países del “realismo social” también estaban sacudidos por la tragedia. La Unión Soviética estaba en continuo conflicto entre la llamada a los derchos civiles y la represión estatal.
La URSS ya no era la productora de contenidos que era y buscaba renovación, se crearon obras emulando a occidente: “Sibreiada” de Konchalovski o “Moscú no cree en las lágrimas” (1979) de Menshov, tan hollywoodiana que se llevó el Óscar. El rey sigue siendo Tarkovski, con la íntimamente autobiográfica “Zerkalo” (1975), la moral obra de ciencia ficción “Solaris” (1972) y la lectura compleja y ambigua de “Stalker” (1979). Posteriormente rodaría en el exilio “Nostalghia” (1983) y “El Sacrificio” (1986). A partir de la política reformista de Gorbachov el cine soviético comenzó a liberalizarse, con Elem Klimov presidiendo la Asociación de cineastas Soviéticos, destaca su película “Masacre” (1985) . También destaca Glev Panfilov con el fin de la censura de “Tema” (1980). En Hungría destaca Miklós Jancsó con “Vicios privados, virtudes públicas” (1975) recreando la decadencuia del imperio austrohúngaro, posteriormente destaca el fresco de dos partes de la historia húngara: “Magyar rapszodia y Allegro Barbaro” (1978). También destaca el punto de vista femenino de su esposa Márta Mézáros. De gran éxito fue István Szabó con “Mephisto” (1981) y “Coronel Redl” (1984) . En Polonia destaca Andrezj Zulawski con “Lo importante es amar” (1974) , “La posesión” (1981) y con “La mujer pública” (1983), Abdrezj Wajda destaca por cine social, “La tierra de la gran promesa” (1974) y “Las señoritas de Wilko” (1978) son grandes películas, pero destaca sobre todas “El hombre de mármol” (1977) donde una periodista busca a un antiguo héroe stajanovista. Por último destaca en Yugoslavia Emir Kusturica con “Papá está en viaje de negocios” (1985)
AMÉRICA LATINA A LA BÚSQUEDA CINEMATOGRÁFICA DE SU IDENTIDAD. LA ERA ELECTRÓNICA. GUBERN.
Si a lo largo de más de una década América Latina había sido un foco de esperanzas políticas y culturales, con las expectativas abiertas por la Revolución cubana y luego por la victoria electoral popular en Chile, en un contexto de boom internacional de su literatura (García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Lezama Lima, Carpentier, Onetti, Donoso, etc.) y de su cine (Cinema Nôvo de Brasil, aportaciones cubanas, etc.), a partir de 1973, fecha del golpe militar que derribó al breve gobierno de Salvador Allende en Chile, se produjo una clara desaceleración de las expectativas, al tiempo que se consolidaban o implantaban dictaduras militares en los países del Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú). La involución sociopolítica, las censuras y el exilio de intelectuales y de artistas se dejaron sentir con fuerza sobre la producción cinematográfica de los países afectados. Así, desmanteladas las estructuras cinematográficas creadas por la Unidad Popular en Chile, la diáspora condujo a Miguel Littin a México y a Raúl Ruiz a París. Serían ambos los realizadores más activos del cine chileno expatriado. Littin optó por la gran reconstrucción espectacular al describir el histórico conflicto minero de Actas de Marusia (1974), candidata al Oscar de Hollywood, mientras Raúl Ruiz desarrolló una obra mucho más personal en Francia, con L’Hypothèse du tableau volé, premiada en el festival de París, Le Toit de la baleine (1981) y otras cintas al margen de los estereotipos culturales al uso. Y mientras Helvio Soto seguía las trazas del cine de reconstrucción política de Costa-Gavras en la coproducción franco-búlgara Llueve sobre Santiago (1975), en el ámbito documental las tres partes de La batalla de Chile (1973-1979), de Patricio Guzmán, se convirtieron en el mejor testimonio histórico de aquel proceso político, junto con el también documental La spirale (1975), de Armand Mattelart, Jacqueline Meppiel y Valérie Mayoux.
El difícil camino de Argentina hacia la democracia estuvo señalizado por algunas obras significativas, como Volver (1982), de David Lipszyk, No habrá más penas ni olvido (1983), de Héctor Olivera, Tiempo de revancha (1983), de Adolfo Aristaráin, El exilio de Gardel (1985), de Fernando Solanas y premiada en Venecia, La historia oficial (1985), de Luis Puezo y galardonada con un Oscar; y la historia del rodaje frustrado de un extravagante episodio del pasado argentino —la coronación de un rey francés en la Patagonia— expuesta por Carlos Sorín en La película del Rey (1986), premiada también en Venecia. En Perú, Jorge Reyes relató en La familia Orozco (1982) los orígenes del movimiento obrero en su país.
En Bolivia, con grandes dificultades materiales se desarrolló la obra de Jorge Sanjinés, autor de El enemigo principal (1973) y Fuera de aquí (1977). La compleja situación del Brasil tuvo su reflejo en la producción. La extinción de Glauber Rocha, tras la fría acogida en Venecia de su último film, A Idade da Terra (1980), fue un signo de la reorientación del cine brasileño hacia formas más populistas después de la neovanguardia autóctona del Cinema Nôvo. Entre las producciones del floreciente período de liberalización destacaron Bye, Bye Brasil (1979), de Carlos Diegues, Na estrada da vida (1980), del veterano Nelson Pereira Dos Santos, Pixote, la ley del más fuerte (1980), sobre la delincuencia adolescente que reveló a Héctor Babenco en Cannes; Eles nâo usam black-tie (1981), de Leo Hirszman y premiado en Venecia, Das tripas coraçao (1982), en el que Ana Carolina Teixeira Soares convocó a los fantasmas sexuales de un colegio femenino, India, a filha do sol (1982), que permitió a Fabio Barreto describir el choque entre las civilizaciones blanca e indígena, y la premiada coproducción El beso de la mujer araña (1984), en la que Héctor Babenco adaptó la novela de Manuel Puig, en una operación de prestigio en la que brilló la personalidad del actor William Hurt.
El cine cubano tampoco fue insensible al endurecimiento de la situación política en todo el continente, y al margen de los eficaces documentales de Santiago Álvarez, produjo contadas obras de real interés: La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea, Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega, y Cecilia (1982), de Humberto Solás y adaptando la novela de Cirilio Villaverde, cumbre de la ficción independentista del siglo XIX. También en México el sexenio presidido por José López Portillo supuso una involución en la política estatal proteccionista al cine de calidad. Entre los títulos dignos de recuerdo en este período figuraron Canoa (1975) y El Apando (1975), de Felipe Cazals, Las fuerzas vivas (1975) y A paso de cojo (1979), del español exiliado Luis Alcoriza, Etnocidio, notas sobre el Mezquital (1978), de Paul Leduc, y El lugar sin límites (1977), de Arturo Ripstein jr. Mención especial merece el cine documental y militante que floreció en Nicaragua durante la lucha contra la dictadura de Somoza y tras la victoria democrática de los rebeldes. El primer film oficial de la Nicaragua sandinista sería Alsino y el cóndor (1982), de Miguel Littin.